Una de las consecuencias de la crisis que estalló en 2019, todavía con nosotros, es que la política institucional (la llamada “clase política”) se ve a sí misma como en una tregua, en que ninguno tiene fuerza suficiente para vencer al otro, lo que los obliga a convivir. Cada uno junta fuerzas para la próxima batalla, en la que espera poder, esa vez sí, vencer definitivamente al otro. El proceso constituyente, que permitiría reparar esto, se ha cerrado con un fracaso, dejándonos sin solución.
Esto es visible para cualquiera que lo quiera ver. En la campaña reciente, por ejemplo, lo que el otro decía nunca fue una opinión distinta, eran solo mentiras. Siempre unos, los virtuosos que interpretan de buena fe, contra los otros, los que mienten; lo mismo ocurre con la corrupción: la que afecta a unos muestra que son una máquina para robar, la que afecta los otros solo muestra que hay algunos pocos malos elementos. Así es esta política como guerra fría en la que estamos viviendo.
Esta división entre estos dos bandos políticos en tregua coexiste con otra división, entre la “clase política” entera, de izquierda y derecha, y la sociedad, que solo dice “No”. Ese No siempre beneficia a un bando, como todas las cosas políticas. El bando vencedor, en vez de interpretar su triunfo como el NO que era, lo ha entendido como apoyo a sus posiciones. Pero nunca hubo tal apoyo: había una sociedad que rechazó la constitución de 1980 y a la institucionalidad política en octubre de 2020; que rechazó a la “clase política” votando por independientes en mayo de 2021; que rechazó a la propuesta de la Convención en septiembre de 2022; que en mayo de 2023 volvió a rechazar a la clase política votando por el Partido Republicano, que logró presentarse como “outsider”... y que ha vuelto a rechazar ayer.
Para decir lo anterior, por cierto, no reclamo neutralidad alguna. Yo estoy, como los demás, en una posición. Pero eso no me impide ver que, en buena medida, las cosas se ven desde el otro lado de una manera más o menos parecida que como nosotros las vemos. Desde acá nos enfrentamos al poder del capital y del abuso, desde allá se enfrentan al chavismo y al intento de someter a Chile. Desde acá el sistema de pensiones se ve como un sistema que existe no para proveer buenas pensiones, sino para proveer recursos frescos al mercado de capitales; desde allá se ve la crítica al sistema de pensiones como manifestación del deseo de expropiar los ahorros de los trabajadores. Sus críticas a mí me parecen absurdas, tan absurdas como a ellos les parecen las mías.
¿Es posible una convivencia política que no sea solo una guerra fría, en la que convivimos solo porque (y mientras) no tenemos fuerza suficiente para derrotar al otro? No es fácil, porque todo intento de salir de ahí será visto, con la lógica de la guerra fría en que estamos, como una señal de debilidad propia y un fortalecimiento del otro. De esta situación solo puede salirse mediante unilateralidades recíprocas: un gesto de reconocimiento del otro, que no sea un cálculo, y que por eso expone al que lo hace a que el otro lo aproveche para fortalecerse. Ese gesto se hace en la expectativa de que no será aprovechado sino respondido con otro similar, de modo de ir reconstruyendo una relación política.
El momento para ese gesto es el más improbable: el del triunfo electoral, en que el ganador no busca aprovecharlo para avanzar posiciones. Algo así como, por ejemplo, que el proceso constituyente nos ha enseñado la importancia de la subsistencia de un sistema de capitalización individual; seguimos comprometidos con la solidaridad y la seguridad social en pensiones, pero eso no pasa por eliminar la capitalización individual, ni siquiera como un horizonte. Y actuar en consecuencia.
¿No sería absurdo hacerlo ahora, justo cuando podemos decir que Chile ha rechazado constitucionalizar la capitalización individual? Al contrario, este sería exactamente el momento adecuado, el más improbable, para mostrar que no es cálculo. Si lo hacemos nos exponemos, claro, a que sea aprovechado por la derecha para vanagloriarse de su “victoria cultural”, continuando así esta guerra fría que nos tiene hundidos; pero es posible que ella responda a ese gesto reconociendo recíprocamente la importancia de la seguridad social y la solidaridad. ¿Quién lo hace primero? Cada uno puede preferir quedarse esperando que sea el otro el que se exponga. Las palabras del Presidente Boric anoche muestran que el gobierno está dispuesto a hacerlo, por el futuro de Chile.
Columna de opinión publicada previamente en El Mercurio